Esta mañana me ha tocado ordenar todo el zapatero. Ha visto, he tirado, limpiado y vuelto a colocar zapatos de todas clases. Aquellos tacones marrones de la graduación, los blancos que me puse con el vestido rojo, los negros para la fiesta de cumpleaños de aquel amigo. Aquellos deportes que utilizaba para hacer gimnasia. Los zapatos de baile negro, con el tacón un poco desgastado. Los de baile beige. Las botas de senderismo. Los botines para correr. Converses celeste, las rojas y las moradas. Las sandalias marrones, las grises, las negras, las blancas. Las botas grises con flecos de invierno. Las marrones estilo cowboy. Las manoletinas rojas y las otras blancas. También las manoletinas rosa clarito, con lunares pequeños en blanco que solo me las puse una vez porque me hacían daño. Los zapatos de espartos que me puse en la feria. Las chanclas para la piscina. Los tacones que no he estrenado aún. Las bambas blancas con los cordones de colores. Las bambas Nike amarillas, rosa y azul. Zapatos de todas clases. Zapatos que han recorrido medio mundo, que han pisado las calles más insospechadas. Zapatos que hacen ruido. Zapatos que no me acordaba que tenía. Zapatos que me encantan. Zapatos para cada ocasión. Zapatos y cada una de las historias que tienen pegados a sus suelas.
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