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martes, 15 de marzo de 2011

Sábado noche. Ella. Risas y ganas de comerse al mundo. Estaban en el centro comercial las cuatro mejores amigas decidiendo que hacer. Hoy todos habían ido a una discoteca, pero una de ellas había cortado con su novio y las demás estaban allí, a su lado, dispuestas a hacerle reír hasta que le doliese la cara. Ella era una de ellas. Cine, bolos o tiendas. Una simple elección que les pudo llevar más de media hora. Ella era partidaria de hacer lo que la mayoría, pues ojalá todas las decisiones de esta vida se resumieran a eso. Se compraron un helado y empezaron a dar vueltas por allí. Y resulta que cualquier cosa que ella veía le recordaba a él o a su sonrisa. O a su manera de entrenar en su equipo de futbol, o a sus ojos. Le recordaba a esa conversación del otro día, de la manera que él se fijó en ella. De cómo se preocupó por que no se mojase. De quedarse en la fiesta al lado suya. Y resultaba que cada vez que él invadía su cabeza, ella sonreía como una idiota. Una idiota enamorada.

Sábado noche. Él. Risas y ganas de comerse al mundo. Estaba en la discoteca con sus amigos, bailando y bailando sin parar. Vestía su mejor sonrisa y esos zapatos que le regalaron por su cumpleaños. Bailaba con chicas altas, bajas, morenas o rubias. Con zapatos de tacón o botines. Cada dos minutos levantaba la cabeza y miraba hacia todos los lados, cuando veía a alguien que conocía, sonreía y bajaba la mirada. Él buscaba a alguien. Y de pronto apareció una chica rubia, no muy alta y se miraron. El sonrió enseñando sus dientes blancos, se abrazaron y se besaron. Parecía que la discoteca se había parado. Y él estaba allí, parado con esa rubia, besándose bajo esa bola de tantos colores que colgaba del techo. 

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